CARMEN FLORENCE GAZMURI-CHERNIAK

Escritos literarios – críticos, anuncios de nuevas publicaciones, libros editados. Artista-Pintora. Telas al óleo, gouaches y dibujos

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EL HOTEL LUTETIA

20 Diciembre, 2022 (12:32) | Non classé

 

 

                       EL HOTEL LUTETIA

 

No fue ni el centro reservado a los inmigrantes “refugiados políticos” que son acogidos con honores y tampoco un excelente piso de alquiler moderado el que me acogió el primer día que llegué a Paris, no, fue el hotel Lutetia, situado en el ángulo de la calle Sèvres Babylone y el bulevar Raspail. ¿Qué maravillosa dirección no les parece?

Del Lutetia a la basura, donde vivo hoy.

Es esta mi vida en Francia, he aquí el relato descriptivo del resultado de la influencia de las mafias y de la influencia poderosa de seres abyectos.

Yo apenas había cumplido mis recientes y brillantes veintiocho años.  Cuestión del destino, llegué a París tal como mi padre, a la misma edad que él llegó a Paris, con mis propios recursos económicos que, de propios no tenía nada, porque lapidé todo el dinero que me dejó mi padre, fruto de su trabajo de toda una vida, yo en perfecta joven e idiota, llena de proyectos, creí en Francia y estaba tan segura de mis valores y creyendo convencida  de que el trabajo personal es lo único que cuenta para triunfar en la vida, estaba convencida de que instalándome en París, huiría de las mafias que en Chile persiguieron a mi padre, pobre imbécil que fui, porque no sabía aún que las mafias están en todos los países y que lo único que las diferencia es el idioma y el acento.

Mi llegada fue algo parecido al cuento “de Basora a Bagdad”, mi vida en París resultó idéntica al cuento.

Llegué con un pasaporte tamponado con visa de turista y la estada en el Lutetia pagada gracias al primer premio que había ganado como una de las mejores estudiantes del curso audiovisual del Instituto chileno-francés.

El premio me pagó los primeros quince días, los otros quince los pagué con “travrel’s chèques.”

Mi culpa existencial, analizada con visión retrospectiva, puede juzgarse con severidad, condenándome, o bien con un poco de indulgencia hacia mi idiotez mayúscula, porque no se le puede exigir a la juventud que viva como una vieja de larga experiencia, la que soy ahora, sería contranatural, y a veces una joven como muchas, gana en su lucha por la vida con éxito, otras, como yo, debe resignarse a la cosecha de desastres grandiosos.

Lo que debe condenarse sin bemoles es que una mujer vieja continue a caer en los mismos errores de la juventud, eso sí que es condenable, es por eso que ahora vivo en paz en mi retiro voluntario, en mi cuidado extremo por quedarme al resguardo hasta mi muerte, es ésta mi devisa existencial porque nunca más dejaré abierta mi puerta para que entre un vendaval de desgracias. Nunca más. Cerrar con doble cerrojo puertas y ventanas es la única manera de vivir pobre en Francia cuando no se es pobre de nacimiento sino una “empobrecida” artificial.

Mi, madre me decía: “lo que pasa es que no estás en el medio social que te corresponde”, Mamá tenía razón. Mi Profesor Claude Couffon me dijo : ”Florence vous êtes arrivée travailler dans le milieu le plus médiocre de la France : l’Education Nationale et pour les français, ne l’oubliez jamais, vous serez toujours une immigrée »

Dos sentencias perfectas, ni mi madre ni Couffon se equivocaron, pero ¿Cómo hubiese podido escapar de este destino ya trazado?

Yo llegué diplomada de profesora de castellano, no podía más que perfeccionarme en ese que era mi dominio y trabajar de inmediato en el único terreno donde ya era competente, otras, no profesoras diplomadas en una excelente universidad como yo, sino pobres profesorcillas que obtienen el diploma raspando las notas y enseñando sin méritos, triunfan en Francia y son las “protegidas” de la oficialidad, así es que la sentencia de mi Profesor era cierta, pero a medias.

El bus que nos embarcó en el aeropuerto Charles de Gaulle se estacionó frente al Lutetia, era ya bien avanzada la noche, llegamos por una noche fría y nevada de invierno. París a esa hora estaba solitario y silencioso. Eso fue lo más impresionante. El silencio hermético de los edificios haussmanniens. Dos arbolitos de Pascua resplandecientes de luces adornaban la gran puerta de entrada del hotel.

Mi primer día de parisina…

Nunca imaginé que cuarenta años más tarde me vería sin escapatoria en esta catástrofe. La bajada existencial y financiera, me empobrecían cada día más, pero luchando con empecinamiento, no queriendo ver ni aceptar el desamor de París; un día conversando de otra cosa, cuando asistí a una de sus espléndidas conferencias, el Académico René Huyghe me dijo: “voyez-vous que la France n’est pas un bouquet de roses!” Hélas!

 

No hay mas que dos soluciones ante el desamor, mas bien tres, o te lo aguantas y lo escondes en tu silencio discreto, es la medida mas inteligente, o lo exhibes como para exorcizar la pena, que no es catarsis, no se equivoquen, es la medida que adoptan de todos los buenos escritores, o bien le das la espalda al desamor y emprendes un viaje lejano para nunca más volver.

La vejez me impide, por desgracia, esta tercera solución.

[…]                           

 

 

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