FRAGMENTOS DE MI NUEVO LIBRO : ¿SABES? VOY A MORIR DENTRO DE QUINCE DÍAS
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La espera duró algo así como cuatro horas entre el examen, el desarrollo de las imágenes, la visita médica para el diagnóstico. Ese control era uno de esos rutinarios que Edurne se hacía por su propia voluntad, practicando lo que ella llamaba la medicina preventiva. Edurne sabía que un día podría recibir la fecha fatídica de su fin, ese día llegó. No la tomó de sorpresa, es por eso que le dijo a su médico: ve usted doctor, yo siempre le dije, yo no soy hipocondríaca, soy lúcida, a todos nos llega la hora y si usted me dice que todo va bien sin cambios, esta noticia que usted me ha dado durante años siempre con tanto optimismo, no era más que una prórroga; yo le dije siempre, no es más que un indulto que un día se transformara en el fin, tal como el que recibe en la cárcel un condenado a muerte, pero todos somos verdaderos condenados a muerte, solo que la gente no quiere aceptarlo. Ve usted doctor, yo como Alain debo decir, yo sé que voy a morir, pero no lo creo.
El médico esbozó una sonrisa y se asombró de que su paciente tomara su sentencia con tanta tranquilidad. La tranquilidad de Edurne era sólo superficial. Se vio por fin, no de manera figurada, sino de manera insistente y fuerte, ante un deber, la toma de decisión para vivir esos últimos quince días.
Una sola cuestión la asaltó como si viviese, o más bien escuchase la alarma de una catástrofe inminente ante la que hay que actuar rápido, tan rápido como el vestirse para escapar de un terremoto que ella conocía tan bien o salir de entre las llamas de un incendio. La verdad era que se vio en la encrucijada de verse atrapada entre la inminente destrucción de su edificio por un terremoto o las nacientes llamas quemantes de un incendio interno. Ni su muerte próxima ni las llamas en las que se incendiaba su salón eran perceptibles para la gente.
Llegó a casa casi corriendo. Su casa, aunque mal situada, era su refugio, una vez cerrada su puerta un alivio la inundaba, por fin al resguardo se decía, por fin estoy aquí protegida del mundo que odio.
Una vez en la entrada lo primero que hizo fue, sacarse los zapatos, fue a la sala de baño para refrescarse la cara, se miró en el espejo y se peinó. El poco maquillaje que usaba estaba intacto. Se dijo, como si esto fuese lo más importante. Siempre preocupada de su físico, la muerte próxima en vez de desanimarla le aumentó el deseo de verse bien.
Se dijo para sí misma: esta vez tendrás que afrontar como nunca la decisión crucial que estabas dejando en la retaguardia, se te acabaron los plazos, no será ni mañana ni pasado mañana, para que decir la próxima semana, dentro de quince días, te tirarán a la tumba y todo quedará sellado y serás olvidada, o te apresuras o te ahogas en el poco tiempo que te queda de vida.
El veredicto no se hizo esperar, la mirada de su médico lo decía todo en el silencio, contrariamente a lo que él creía, Edurne estaba preparada.
Siempre supo que la fragilidad de la vida era un hecho trágico, ella la tomaba como un regalo que se obligaba a vivir cada día y la mayoría de las veces con la misma idea de Cioran, de que habría sido mejor no haber nacido, sí, ella vivía afrontando cada día con “la dificultad de haber nacido” y continuamente en “las cimas de la desesperación”.
Esta vez salió de la consulta médica sabiendo que estaba condenada, aunque en su cuerpo ya moribundo, sentenciado y solo bueno para botar al basurero, ella no sentía para nada el presagio de la muerte, ningún dolor la aquejaba, no era víctima de ningún cambio notable, ella debía asumir su próxima muerte hasta ahora indolora, el dolor debía alojarse en el cerebro, en los sentidos, y las palabras de su médico le exigían una toma de conciencia que ella rechazaba, esquivaba, no por cobardía sino porque estaba con mucho trabajo y debía dejarlo de lado para violentarse e ir contra la corriente médica y del pensar cuerdo de todo aquel al que se le dice que no le quedan más que esos reducidos quince días para vivir. Edurne se violentaba porque su trabajo era lo más importante y lo peor era que debía dejarlo para siempre, esto debía interiorizarlo, para darle prioridad a la vida, a ese suspiro que se le daba como único bien al que tenía que aferrarse para vivirlo. Entonces Edurne, en vez de ponerse a llorar, se puso a programar una serie de cosas vivenciales que se le pusieron delante, peor que un antojo, más peligroso que un simple capricho, fue algo así como el tirarse al vacío, a ese vacío que le pusieron delante para que lo aceptase y lo asumiese, el problema es que Edurne no era de esas jóvenes sumisas que iba a aceptar el vivir esos quince días como una moribunda sino como una mujer amante que no dispone más que de quince días, un suspiro de vida que se le escurría entre su respirar y su mirada penetrante que veía la realidad con rayos X.
Mientras pensaba, fui a la cocina y se preparó un café. La cafeína era su salvación, sin café ella no poda pensar. La cafetera hizo un ruido estridente se dijo, ya no vale la pena que piense en cambiarla y que gaste dinero en comprar otra, un ahorro más se dijo riéndose sola.
Justo en ese momento sonó el teléfono, era J. no esperaba su llamado porque estaba en Alemania dando conferencias y lo esperaba para fin de mes, aunque la verdad es que se enredaba en las fechas, él siempre le criticaba que no pusiese atención a nombres y fechas, anótalo en tu agenda le decía, ella le contestaba, sabes me da lo mismo, el control no es mi fuerte, hoy, mañana o pasado mañana es lo mismo, me da igual, lo único que anotaba cuando era estudiante era las fechas de los exámenes, luego para mí me da todo igual, y les fechas que son importantes para mis amigos a mí me importan un bledo eso les incumbe a ellos. Él se reía.
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Carmen Gazmuri
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