UN ENGAÑO EN CUATRO VERDADES
UN ENGAÑO
EN
CUATRO VERDADES
“No es necesario haber leído a Wittgenstein para saber que, en nuestra realidad, no es una sola verdad la que cuenta y que toda realidad está formada no de “objetos” sino de hechos; si trasladamos esta teoría al amor, nos veremos confrontados a una doble exigencia, heroica y dolorosa. Es lo que esta joven me exigió al contarme su historia de joven enamorada; yo, ya tan lejos de esas antiguas vicisitudes me fortalecí y ahora soy capaz de entender lo que de joven no comprendí. Es en un café de una estación de trenes que el azar me puso frente a frente a una muchacha enamorada, su historia contada a media voz produjo en mí una música, sus frases me obligaron a escuchar, a comprender y a escribir esta corta novela.
Nos despedimos sin darnos ni nuestros nombres, no podré regalarle mi libro, es lo que más me entristece, sólo si el azar nos pone otra vez azarosamente en el cruce misterioso de este lugar imprevisto, en estas cotidianas esperas de nuestro tren respectivo.
He aquí su historia.”
I
EL AZAR, UNA ESTACIÓN DE TRENES, UNA HISTORIA DE AMOR.
Ahora, para cambiar de lugar entre mi ciudad y la capital, debo pasar parte de mi tiempo en estaciones de trenes, las esperas son a veces largas y tediosas, esperar me desespera, todo tipo de espera me irrita, las abstractas y las de hecho; por ejemplo, las esperas en las salas médicas me son insoportables; las de las estaciones de trenes un poco menos, yo quisiera coger el tren justo al llegar, tener libre mi puesto al lado de la ventanilla para partir de inmediato, algo así como un coche personal o la fácil manera de coger un taxi; el “transporte colectivo” como su nombre lo indica, hecha por tierra mis pensamientos absurdos.
Las únicas esperas, y que por desgracia no sufro nunca, son las esperas en los aeropuertos, porque no hay nada que me guste más que los aeropuertos y los aviones, es un ambiente mágico que atrae mi interés como un imán, me produce una emoción instantánea desde que llego, siempre he pensado, preguntándome en mi monólogo interior en qué reside la causa, creo que es por ese ambiente inquietante del cambio existencial inmediato, imponente e irresistible del «tiempo” que se hace sentir de manera definitiva y factual, es ese “aquí y ahora” que inunda los vastos recintos llenos de gente que se apresura, y afuera, a través de los amplios ventanales, esos artefactos metálicos, monstruosamente poderosos que se preparan, con un ritual majestuoso hecho de un movimiento lento y un ruido sordo; son ellos los que nos esperan, y que en su aparente inmovilidad, luego de unos breves minutos, tienen el poder de alejarse de la tierra, para ofrecernos rápido otro mundo, otra gente, otra vida, dándonos la posibilidad de borrar, recomenzar y si posible…olvidar.
Esa tarde, comenzaba lentamente a anochecer, el comienzo del verano traía un aire caliente y desagradable que se alojaba entre mesas y sillas de la sala de espera del café donde tomé refugio, dando frente al hall de la entrada y al inmenso reloj mural, que yo no dejaba de mirar; como si por el hecho de controlarlo iba a ponerse a marchar más rápido, ilusión estúpida e incontrolable que me asalta siempre; el rumor de conversaciones se transformó francamente en ruido, más logré encontrar una mesa bien alejada del tumulto, saqué el libro que acababa de comprar, y me instalé, miré de nuevo el gran reloj mural de la estación, tenía que esperar unas dos horas contando el retraso normal.
Pocos minutos después, una joven me interpeló pidiéndome permiso para ocupar el lugar libre frente a mí, le asentí bastante molesta de que mi tranquilidad se viese importunada, pero que le voy a hacer me dije, es un lugar público, no estoy en el salón de mi casa, me resigné y rogué porque no sacase su smartphone, era el único pánico que me subió a la cabeza, y apretó mi garganta, el pánico me invadió por un momento, cambiar de lugar con todos mis paquetes me agobiaba, además ya no había casi ninguna mesa libre; me tranquilicé cuando la vi suspirar, acomodar sus bártulos y tomar asiento sin acudir como todos a su bolso, para con desesperación, sacar el artefacto más insoportable que han inventado : el Smartphone; con casi la misma resignación que la mía pidió un café y se quedó ensimismada.
Aspiré aliviada, el poco aire que me permitía mi máscara y continúe mi lectura. sentí su mirada insistente y dejé de leer, me dijo: “excúseme, ¿que lee?” Es un libro de Andreï Makine, le respondí, Le livre des brèves amours éternelles, ¿lo conoce? no, me respondió, he oído hablar, no leo mucho, ¿de qué trata?
De la idiotez que tiene la mayor parte de la gente en buscar desesperadamente sentimientos eternos… En creer que los amores deben ser forzosamente férreos como montañas, durables como el granito, fuertes como rocas que soportan las tempestades, sin alterarse. Y así, equivocadamente, podemos ignorar, pasar de largo ante instantáneos amores fugaces que en su fugacidad encierran la eternidad. Tiene razón, más desde su punto de vista masculino, bueno, ahora ya no hay separación entre los sexos, los dos sienten y piensan lo mismo, filosóficamente tiene razón, desde su punto de vista de artista, y de hombre, aunque pensándolo bien, en el fondo Makine tiene razón, una razón con validez universal, aunque nadie la ponga en práctica y que el deseo de dominación y sumisión no sea más que un deseo de eternidad soslayado… siempre lo he dicho, los amores libidinales son por esencia fugaces, este tema es el que él trata en este libro; no es más que una eterna paradoja no resuelta, para mí, sólo el amor de y por los padres es eterno y qué decir del amor por la madre, es el único amor eterno, ¿se imagina el poder pensar en un “divorcio”? No se divorcia una de la madre, la gente puede divorciar y volver a casarse cuantas veces quiera, pero imposible de la madre. En eso dio en lo cierto, resignarse a lo efímero en cuestión de amor es lo más sensato. Parece que es un signo de sabiduría. Lo contrario a Kalil Gibran, pensé para mí.
¿Sabe una cosa? me dijo, “yo no sé…Acabo de vivir un hecho extraño, se puede ver de diversas maneras, yo estoy confusa, no sé cómo tomarlo, a veces pienso que esta persona no sabe ni siquiera ella misma lo que hace y piensa, es una persona inmadura, y a veces pienso lo contrario que es un calculador y sádico y que su inmadurez acentúa su sadismo, y también a veces creo que soy yo, la que doy una tercera versión porque soy incapaz de atrapar algo que se escurre de la interpretación normal de las cosas, la cuarta interpretación es la que debería darnos un especialista, y yo soy una ignorante, sabe usted, yo no he hecho muchos estudios, y mi pensamiento es más bien intuitivo, yo no pude ir más allá de mi certificado de estudios de la primaria, tuve que ponerme a trabajar; tenía hermanitos chicos y mi padre falleció, mi madre quedo sola, su sueldo miserable de costurera no nos bastaba y tenía muy pocos pedidos; su dinero mensual no alcanzaba ni siquiera para alimentar a toda la familia; mi padre falleció de un cáncer, él era obrero textil en el Norte; es por mi ignorancia que me siento confundida, es por eso que veo todo en desorden, y me da miedo equivocarme, me hubiese gustado poder estudiar, leer, hacer estudios, cuando era pequeña me gustaba leer cuentos, todo eso me fue vedado, ¿comprende? creo yo… Qué piensa usted, la veo tan segura de sí…”
No se sienta inferior porque no ha seguido estudios, ni el de la enseñanza media ni la superior; la inteligencia, la capacidad de razonar nada tiene que ver con la “cultura”, hay cada imbécil en las universidades, nosotros los llamamos los “sorbonnards” perfectos cretinos, pagados de sí mismos, pedantes que no son más que repetidores, diccionarios ambulantes, y hay personas casi analfabetas o iletradas que sacan ideas y razonamientos intuitivos dignos del pensamiento más refinado; a este propósito, le voy a contar algo que le servirá de ejemplo, el otro día vi un reportaje en la Arte, un grupo de periodistas fue a Rusia, a entrevistar campesinos que viven en la miseria, y donde algunos pasan sus vidas emborrachándose hasta quedar inconscientes; los periodistas interrogaron sobre temas cruciales a mujeres campesinas, una de ellas respondió a las preguntas ante la cámara occidental, esta mujer simple me produjo una fuerte emoción, la periodista le preguntó si era “feminista”, ella estaba trabajando en su establo, levantó la cabeza, sonriendo levemente, miró con ojos sorprendidos a la joven periodista y le dijo; “¿feminista?, ¿qué es eso?” y luego agregó, “yo me enamoré de mi marido cuando era muy joven, durante el trayecto en el bus, fue un flechazo, creí que iba a morirme de emoción, en ese momento me olvidé de mí misma y supe que era él.” Su largo discurso lleno de matices fue de una verdad aplastante en su expresión rudimentaria, pero tan llena de carga afectiva, simple y fuerte como la tierra; las frases salían como flores silvestres de la voz de esta campesina rusa, que expresaba su verdad amorosa ante las cámaras de insulsas periodistas francesas, fue para mí una revelación, esta pobre mujer que de “pobre de espíritu” no tiene nada, mostró la verdad del verdadero amor que estalló como un relámpago fulgurante que iluminó el mundo; su verdad que en el fondo es la Verdad en el amor, dejó al nivel del suelo todo intento de argumentación académica.
Esta campesina rusa hablaba de su sentimiento amoroso resumido en un “flechazo” sin ninguna sofisticación, en la expresión rudimentaria y paradojalmente refinada, porque real, verdadera, siendo la expresión de un amor fulgurante y “eterno” salido de la tierra que cultivan con dura dificultad esas campesinas rusas, yo me siento totalmente cerca de ellas y no de las universitarias feministas francesas o de otros lugares tan viciados como Francia. Esta campesina se expresó tal como lo hizo Alexandre Pouchkine en Eugène Oneguine donde la heroína Tatiana; expresa su amor absoluto en su larga carta de confesión amorosa, me lo sé de memoria, escúcheme y vea que no hay ninguna diferencia entre las frases de la campesina rusa y la confesión de amor de Tatiana:
” De hecho, te reconocí enseguida
Sentí en mi un frio, un fuego,
Y en mi corazón, me dije: ¡Es él!”
La figura de esta mujer que enfrente de mí, me miraba y escuchaba silenciosa, terminó confundida su último sorbo de café , y me dijo: “lo que usted viene de decirme lo comprendo, porque yo me siento mezclada a algo así, pero, no sé, no sé cómo explicárselo, para mi es tan difícil expresar sentimientos, no estoy acostumbrada, con mi madre yo no hablo casi nada personal, para no angustiarla, ahora ya es anciana, y mis amigas no comprenderían, además yo soy muy tímida y no acostumbrada a contar a boca de jarro mis cuestiones personales, no sé por qué a usted que no la conozco, me puse a hablarle; además yo no he leido ningún tipo de literatura, sólo lo que me recuerdo del colegio, y yo fui poco a clases, como le dije…Ahora yo estoy enamorada, eso que dicen que es estar “en amor” pero yo no lo acepto, no quiero rendirme a la evidencia… ¿Le puedo contar? No quiero molestarla, usted estaba leyendo y yo interrumpí su lectura.”
No tema, le contesté, mi libro puede esperar, tengo todo mi tiempo, es decir el poco que me queda, soy una vieja jubilada, hago de mi tiempo lo que quiero, vivo en entera libertad, escuchar un ser humano es para mí, más importante que leer. El libro espera, un ser humano no es eterno y no debe sufrir una “espera”, ahora dígame, la escucho… Me acomodé en el sillón del café, esto parece serio me dije, que va a decirme esta señorita, no tenía argolla en el dedo ¿quieren que se la describa? No parecía tener más de cuarenta años, o ¿tal vez más? Casi nada de maquillaje en su piel alba, la hacía más joven, delgadísima, su cuerpo apenas ocupaba espacio en el sillón, su figura me recordaba la delgadez de las bailarinas, sólo que mucho más alta, el cabello largo, liso muy negro y brillante, caía sobre sus hombros y sus ojos grises eran algo bien especial en su cara angulosa; parecía salida de un cuadro de Modigliani, con esa indolente resignación de seres de otro mundo, una mujer que a pesar de haber sufrido y luchado, úúno ha guardado en sí misma ningún rencor, ningún trazo de rebelión, ignorando hasta cuál es su verdadero valor y de lo que ella es capaz de dar. Si nos hemos encontrado en un café de una triste estación de trenes es por algo y que justo esta tarde, el azar nos haya puesto frente a frente, para que yo escuche su historia. Ella no sabe que yo escribí su historia de amor, no nos dimos nuestras direcciones, me será imposible mandarle mi libro, tal vez otro azar hará que de nuevo nos encontremos y podré regalárselo. Solo así podrá saber que su amor novelesco, me inspiro esta corta novela.
Viéndome dispuesta a escucharla la vi sonreír por primera vez, con una sonrisa casi infantil, cruzo sus piernas, se inclinó hacia mí, dejando poco espacio entre nosotras y la pequeña mesa que nos separaba; su figura se recogió pareciendo aún más fina, ahora parecía un cuadro de Balthus; esta joven era una belleza, una verdadera obra pictórica, desde que comenzó su historia amorosa, pensé… esto promete ser también una obra literaria, una música de esta joven sin nombre, luego de un silencio, al igual que luego de dar el La, en el preámbulo de un concierto, el solista comienza su solo… esta joven sin nombre comenzó su historia…
“Érase una vez en París…Hace algunos años no lejanos…Yo conocí a un señor, haciendo trámites…Nada estaba destinado a que ocurriese así…Y…”
[…]
Nadezhda Carmen Gazmuri-Cherniak
ISBN: 9782916501291
Publicación en septiembre 2021
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