SILENCIO
SILENCIO
Apenas unos días después de haber enterrado Mamá y que estaban recientes mis llantos y el golpearme contra muros y puertas, enloquecida y sumida en la desesperación de su muerte, cuando estaba en la calle, y que debía volver a casa, me sorprendía corriendo por llegar rápido, sin convencerme, cosa de costumbre y grabada extrañamente en mi inconsciente, y sin poder comprender que ella nunca más estaría en la ventana esperándome llegar.
Esa locura duró bastante tiempo, más de lo normal.
Mamá me decía que todo es cuestión de “tiempo” y que el dolor de la muerte se apacigua con “el tiempo”, debería decirle que no es cierto, el dolor cambia de ropajes para vestirse con nuevas y distintas vestiduras, una se viste todos los días con los ropajes del desastre y de la angustia helada, esa que sorprende, que te agarra por sorpresa, que hace brotar las lágrimas lentas y ya sin sollozos, lagrimas silenciosas, angustia fija que te ata y no te deja respirar; difícil es convencerse de que el único ser que queremos no vendrá nunca más, y que es un absurdo el ponerse a caminar más rápido, mirando el reloj, porque es ya hora de volver y que estamos atrasados. No, no hay atraso, tenemos todo “el tiempo” para decir que disponemos de él a nuestro antojo, nadie nos espera, y no somos necesarios a nadie, es el silencio nuestro hogar y el dolor recurre rápido al cobijo del silencio, nuevo albergo y residencia principal.
[…]
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