INFANCIA – MIS CUMPLEAÑOS EN EL QUISCO
En la cabaña del Quisco dibujando
En los brazos de papá
INFANCIA
MIS CUMPLEAÑOS CON PAPÁ Y MAMÁ
El perfume de los eucaliptus y de los altos pinos que bordeaban la cabaña naranja invadían en salón de la cabaña donde yo sentada en mi minúsculo escritorio esperaba a Mamá dibujando en mi cuaderno.
De la cocina salía un olor a horno donde mamá se afanaba porque todo estuviese listo a tiempo. Papá miraba por el amplio ventanal la línea azul del horizonte marino que desde el ventanal se apercibía el océano del Quisco que cada verano nos esperaba; éramos sus fieles residentes enamorados del mar desde siempre.
Papa hizo construir esa cabaña y se la regaló a Mamá, y estuvo lista cuando yo cumplí un año. Todos los veranos cumplíamos el ritual de nuestra llegada para vivir más de dos meses enteros disfrutando del mar.
Lo primero que pedía al llegar, era mis lápices de colores, un bloc y una cajita de acuarelas. Entre mis pedidos urgentes estaban también las famosas zapatillas de lona que mamá desde le mañana siguiente me llevaba a ensayar a la paquetería que estaba a un kilómetro de la cabaña, en la avenida principal.
Una vez asegurada de tener conmigo esos tesoros, la primera compra para pasar contenta el veraneo, yo pedía ir al quiosco de venta de revistas, ese pequeño negocio estaba ubicado en el sentido contrario de la avenida, bajando hacia la rambla, por la avenida que llevaba hacia Algarrobo, otro balneario de veraneo. La señora que vendía periódicos y revistas era rubia, de ojos azules, tenía el cabello bien ondulado, sus mejillas estaban siempre bien rosadas, eso me llamaba mucho la atención, jamás la vi bronceada. Mamá estaba obligada a comprarme la serie completa de « La pequeña Lulú », según mamá era una mona fea, cuando yo, ya grande, me recordaba de mi infancia, ella se reía, me decía, “yo no sé cómo podía gustarte tanto esa mona fea, pero yo te compraba todas las revistas.
, porque te veía tan feliz leyendo esas revistas”, era una pequeña muñeca traviesa, con botines negros, dos rulos de chasquilla en la frente, y un traje rojo. Para mama era feúcha, pero yo la encontraba “divina”, sin leer sus travesuras, no habría podido pasar las tardes de regreso de la playa. En ese tiempo no teníamos los artefactos infernales con los cuales los niños de hoy viven hipnotizados a la locura del Internet.
Papá tenía ideas mucho más avanzadas en esa época, que todos los políticos que se creen modernos y se reivindican ecologistas de primera línea. Papa tuvo la magnífica idea de no instalar la electricidad en la cabaña para que hubiese un corte total con la vida citadina. ¡Que obtuvo el corte total no hubo ninguna duda, porque vivíamos como en la Edad media!
Y ahora, vieja, compruebo la gran lección que me dio y que me sirve hoy, para sobrevivir y soportar todo tipo de penurias y privaciones.
Si cortase la luz, podría vivir perfectamente si televisión, sin Internet y sin computador, el problema es que no me decido, pero lo pienso todos lo días. Me hago la idea que desde julio próximo voy a cortar todos los contratos y voy a cambiar totalmente mi vida de ermitaña, para reforzarla aún más.
Mi paraíso infantil se lo debo a mis padres.
El quisco fue mi paraíso, el único de mi vida, ningún otro más, no habrá nunca más otro paraíso como aquel de mi infancia.
Todo quedo grabado en mi memoria, nada he podido olvidar.
Lo que importa hoy es que llega como una ráfaga de recuerdos, ya son la cinco de la tarde, ese día especial, Mamá no me llevó a la playa por la tarde, se encerró en la cocina, la vi afanada preparando la torta, con una paciencia típica de ella, cortaba con prolijidad la inmensa torta , luego la llenaba de manjar e iba colocando cada una de las capas de la torta, para cuando llegaba al la última comenzaba el otro ritual de embadurnarla con una gruesa capa de merengue. La gran torta era fastuosa, una vez que todo estaba terminado la llevaba a la mesa del comedor y en el medio tomaba su lugar de privilegio la ostentosa maravilla que yo miraba con ojos asombrados ante ese fastuoso manjar.
Mamá decía entonces, “venga Carmencita, venga que vamos a prender las velitas”, papá tomaba su lugar, los veía felices, mamá ponía con cuidado cuatro velitas de colores distintos en el medio, luego venía el ritual de prenderlas, y qué decir cuando los dos me decían: “ya mi niña, ahora sople!”
Yo soplaba feliz esas cuatro velitas de colores que anunciaba con mi soplido que yo cumplía un año más.
Mi soplido las dejaba humeando y desprendiendo el olor a quemado que me aseguraba que yo ya tena un año más.
¡Cuatro años?! ¡Eso se celebra!
Una serie de regalos me esperaban para ser descubiertos, bien encerrados que me esperaban en cajas envueltas en papeles de regalo y cintas brillantes.
El sabor de esa torta que todos los años me preparaba Mamá me persigue. Ese suculento festín era solo para mí. Mis padres hablaban entre ellos y reían. Yo no me acuerdo de qué hablaban, seguramente como me decía Maman, del día más feliz que yo les dí con mi nacimiento.
Mamá siempre me dijo que los cumpleaños no se celebran cuando una persona envejece, porque eso es celebrar la muerte. Los cumpleaños, me decía, es una celebración que debe ser reservada únicamente para los niños.
Cuando papa y mamá envejecieron, se cambiaron los roles, fue entonces cuando yo les celebraba sus cumpleaños, aunque ellos protestaran.
Yo les decía, ¡Cállense! Ahora soy yo la que manda. Hay que celebrar que estén vivos y con buena salud.”
Papa y Mamá se reían, no les quedaba otra que aceptar.
Lo único que puedo decir hoy que cumplo 71 años, es que lo más grandioso de mi vida es una sola cosa de valor, lo único que vale y que agradeceré hasta el momento de mi muerte, es que mis padres me hayan puesto en el mundo para conocerlos, porque nadie puede vanagloriarse de haber nacido de una Mamá como la mía y de un papá angelical, viril, protector de su familia y genial que fue como ningún otro hombre existe sobre esta tierra.
El haber nacido para conocerlos es lo más grandioso que ellos me dieron.
Ese 25 de enero caía siempre cuando estábamos de veraneo en el Quisco.
Ese día fastuoso que se repetía todos los veranos, yo cumplía cuatro años…
Yo cumplía ese día cuatro años en el Quisco.
Carmen Florence Gazmuri Cherniak
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